Lucas 1, 48
“…Todas las generaciones me llamarán bienaventurada…”
El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual y parte de este misterio es la Encarnación, que comprende la Anunciación, Navidad y Epifanía, ya que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua.
Parte fundamental de este misterio es María, sin ella no hubiera sido posible la realización del misterio de la Encarnación, por lo que la santa Iglesia la venera con especial amor, ya que ella está unida indisolublemente a la obra salvadora de Jesus, su hijo. Esta veneración o culto especial se le da a María por ser Madre de Dios y bajo su amparo y protección nos acogemos todos los fieles confiados en que seremos escuchados por ella y será ella quien interceda con su hijo por nosotros.
A Santa María, no se le adora, ya que la adoración es reservada únicamente a Dios, a ella se le venera, pero con un culto especial. Por esta razón, en el calendario litúrgico tenemos fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios.
En el Concilio de Efeso, realizado en el año 431 D.C., los santos padres proclamaron a María como la Madre de Dios, después de analizar el misterio de la Encarnación, por lo que a partir de ese momento es venerada como Theotokos.
El calendario litúrgico dentro de la octava de Navidad, integra la celebración de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios para que nosotros reflexionemos acerca de lo que Ella representa para nosotros: María es madre, amor, servicio, fidelidad, alegría, santidad, pureza. La Madre de Dios contempla en sus brazos la belleza, la bondad, la verdad con gozoso asombro y en la certeza del impenetrable misterio.
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